Les voy a contar una historia de los días en que fui un hada
de los dientes.
Era mi primer trabajo y no lo hacía muy bien. Todo comenzó
de esta manera…
Acababa de acurrucarme en la cama… cuando ¡Talán talán! Sonó
la campana de los dientes. Nunca se sabía cuándo a alguien se le va caer un
diente ni cuando un hada de los dientes debe ir a recogerlo.
Los niños se pasan el día entero moviéndose los dientes para
que se les caiga. Joaquín llevaba todo el día jalando de su diente. Y cuando se
puso a masticar un caramelo ¡plin! Se cayó.
Les sorprenderá saber que hay personas que no creen en las
hadas. Es triste pero es verdad. Curiosamente los niños que dicen no creer en
ellas cambian de opinión en cuanto se les cae un diente.
Así sucedió con Joaquín. Cepilló su diente hasta dejarlo
reluciente y lo colocó debajo de la almohada y se quedó dormido. En ese momento
sonó la campana de los dientes y yo salí corriendo a buscarlo.
Joaquín vivía en el número 62 de un edificio de una gran
ciudad. Para las hadas las ciudades son muy confusas así que tardé un buen rato
en encontrar el lugar. Una vez dentro del edificio, descubrí que había muchos
pisos y cada piso tenía muchas puertas con números. Volé por un montón de
pasillos y cada vez me hacía más líos. Finalmente paré frente al número 26
creyendo que era el número correcto y entré por la cerradura. El pequeño
Joaquín estaba acurrucado debajo de las sábanas y en la mesita de noche, dentro
de un vaso de agua flotaban unos dientes, no un solo diente, sino una DENTADURA
ENTERA. Me pareció muy emocionante encontrar tantos dientes a la vez, me los
llevé y dejé una bolsa llena de oro. En mi opinión era un cambio justo.
Pero más tarde, cuando le mostré a la jefa de las hadas lo
que había encontrado, se enojó muchísimo.
–¿Cómo puede ser un hada tan tonta? –gritó– ¡Son falsos! ¡No
podemos hacer perlas con DIENTES FALSOS! Sólo sirven los dientes de niños para
hacer perlas para hadas.
Así que perdí mi empleo. Esa misma noche otra hada fue a
casa de Joaquín a recoger el diente y dejar una moneda de plata debajo de su
almohada.
El dueño de los dientes postizos era un abuelito llamado
Damián. Cuando se despertó, se sorprendió mucho al encontrar la bolsa llena de
oro en lugar de su dentadura (que de todas formas nunca le había encajado
bien). Desde entonces empezó a creer que las hadas realmente existen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario